BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS

El mandamiento del amor ha de estar en el centro mismo de la vida de un cristiano como referencia de su ser y de su quehacer y, al mismo tiempo, como motor de su existencia. Ha de ser, por deseo de Jesús, la insignia por la que nos reconozcan como tales. El amor hará que no vivamos encerrados en nuestros propios intereses y sea la fuerza interior que nos obligue a abrirnos a los otros y a lo otro. Podemos ahogar este amor o dejarnos conducir por él: nos llevará a los demás para encontrarnos con ellos, los vivientes, en nuestro hogar común que es la Madre Tierra.

Al hacernos presentes en el mundo veremos un abanico de realidades que nos interpelan. Cuando vemos que vivimos en un mundo injusto, insolidario, violento, despiadado, maltratador, irresponsable en el consumo de los bienes de la Tierra…, enseguida, el amor que vive en nosotros nos incita al compromiso de hacer un mundo mejor. ¿Y qué hacer entre tantas posibilidades que se nos presentan? A la hora de discernir para concretar nuestro compromiso es bien sabido que el objeto preferencial del amor cristiano han de ser los pobres, bajo cualquiera de sus múltiples formas. Jesús de Nazaret nos lo indicaba al proclamar en el Sermón del Monte: “Bienaventurados los misericordiosos…” Uno es misericordioso cuando los “miseri” son objeto de nuestro “corazón amante”, que serán, en un contexto social, los empobrecidos y en general todo aquel que necesite, del modo que sea, ayuda. Y en el contexto religioso-moral los “miseri” serán los “pecadores”, que también han recibido un trato preferencial por parte de Jesús. Ambos son indigentes: unos de solidaridad y otros de perdón. Son misericordiosos los solidarios y los que perdonan.

En la parábola del Juicio Final, Jesús les indica a sus discípulos, a título de ejemplos, quiénes debían ser el objeto preciso de su amor solidario: los hambrientos, los sedientos, los harapientos, los extranjeros (inmigrantes, refugiados…), los enfermos y los encarcelados. Les descubre al mismo tiempo en qué radica el valor de la miseri-cordia: quien ayuda al necesitado está ayudando al mismo Jesús, lo que supone un valor añadido para un cristiano.

Entre los pobres que Jesús cita en este texto tenemos los presos: Venid, benditos de mi padre, porque estaba en la cárcel y vinisteis a verme. Las personas privadas de libertad recluidas en una cárcel han de ser  objeto del amor preferencial de los cristianos, del amor misericordioso que ayuda al necesitado y del amor que se expresa a través del perdón, ya que, en principio, quienes son condenados a reclusión ello es debido a la comisión de un delito que implica ofensa a alguien o a la sociedad, haya o no responsabilidad moral. Los que son conscientes de ello pueden sentir la necesidad de perdón, que pueden ver hecho realidad en el voluntario que se acerca a ellos con actitud de sincera acogida.

Es verdad que la cárcel les satisface a los presos sus fundamentales necesidades materiales, pero no todas. Para algunas de ellas hay que acudir al economato, pero hay que saber que son bastantes los internos que carecen de recursos propios. Por otra parte, no todas las necesidades personales son exclusivamente materiales: se puede necesitar de alguien con quien hablar, de quien recibir algún consejo, alguien que te apoye para lograr ciertos objetivos que uno quiere conseguir durante el tiempo de condena, como puede ser el estudiar, alcanzar una formación profesional, superar cualquiera de las distintas drogadicciones, etc. Hay reclusos que son rechazados por su familia y, aunque los trabajadores sociales pueden hacer la función de mediación, en algunos casos una persona distinta puede ayudar a conseguir el restablecimiento o la mejora de relaciones.

Ante tal situación se percibe el sentido de la presencia de un voluntariado que acude a la prisión para acercarse a un colectivo entre los cuales pueda haber algunos con importantes carencias que puedan ser subsanadas. Ello está en evidente consonancia con la misión cristiana, tal como hemos visto anteriormente. Es éste un voluntariado que claramente ha escogido una de las facetas de la opción por los pobres tal como Jesús la ha entendido. El anuncio del evangelio de Jesús hemos de hacerlo en el mundo y es en este mundo a donde somos enviados en donde nos encontraremos con escuchantes en situación de necesidad a la que Jesús nos exige dar una respuesta. Es más, el hecho mismo de ayudar al necesitado forma parte ineludible del mensaje cristiano.